Describir una filosofía de trabajo me supone una de las actividades más costosas que voy a realizar en este curso. Resulta bastante complicado poner palabras a lo que uno siente con el corazón, con todo el cuerpo, y es que esta profesión no se ejerce, se siente.

​

Parto, cada día que voy a la escuela, de un principio, la confianza, la confianza en mis alumn@s, en cada uno de ell@s, la que yo les otorgo y la que ellos tienen en mí. Es la base de mi trabajo, sin ella, cada cosa que hago no tendría sentido, no podría levantarme cada mañana con ganas de compartir con ellos un proceso, el del aprendizaje mutuo.

​

Otro principio básico de mi labor es la innovación docente, con sentido. Innovar por innovar no tiene ninguna finalidad, y la única debería ser que todo lo que se haga sea para ell@s, los alumn@s. Perdonad por la metáfora que voy a emplear, no a todos puede gustar.

 

La necesidad de mi labor radica en la propia existencia de los seres que conviven cada día conmigo en el aula, son como globos que se van llenando de aire, unas veces lo pierden y otras se hinchan más. La perspectiva, en la educación tradicional, es que el globo esté atado con una cuerda a una realidad que le es ajena, pero no podemos soltar el nudo que los ata para que vuelen en libertad. Es la educación el aire que entra y sale, de ella depende que el vuelo sea de calidad.

​

Concibo la educación como un camino hacia la libertad del individuo, en todos sus ámbitos como persona. Por ello, en mis clases se impone un diálogo constructivo, en el que se establecen reglas de trabajo entre todos, y se trabaja siempre en equipo, porque es la mejor manera de crecer, de que entre más aire en su globo.

​

Mil cosas más podría decir sobre mi visión de la labor docente, pero pocas más van a describir que me gusta lo que hago, me apasiona crear cada día algo en conjunto con mis alumnos, y que me siento muy afortunada de poder practicar aquello en lo que creo.

​